Comunicación intercultural y género con perspectiva de buen vivir

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EXPERIENCIA INSPIRADORA: Todas las propuestas que desean ser incluyentes deben considerar un enfoque y una práctica coherente de diálogo intercultural y de equidad de género, claves sustanciales de las relaciones de poder y encuentro que se plantea la radio campesina en México. La experiencia comunitaria puede dar testimonio de las tensiones y propuestas que se tejen cotidianamente para construir el Buen Vivir.

 “…tener mi pollitos, estar con mi viejito, que mis hijos estén contentos, tener siempre maíz para comer, para sostener a la familia, no enfermarme.”

Doña Exa, Teresa Mina López de la comunidad de Tierra Colorada, Tlachichilco, Veracruz.

Esto dice doña Teresa Mina López, cuando su hijo le pregunta que significa el yu oxputsuku - buen vivir. Y es que justamente el buen vivir, para nuestros pueblos, para hombres, mujeres, niños, niñas, abuelos, abuelas y jóvenes, buen vivir significa tener para vivir. Y vivir significa tener maíz, un trabajo que de vida, como cultivar el frijol, el chile, y cultivar lo colectivo, mediante las faenas, las asambleas, las fiestas que nos reúnen y nos unen.

Para los pueblos mexicanos, el concepto de buen vivir es nuevo, pero no la búsqueda de una vida digna y autónoma, donde se respeten nuestros derechos, como el derecho a la tierra, a hablar en nuestras lenguas maternas, a curarnos con nuestra propia medicina, a tener una educación que busque que nuestras costumbres y tradiciones sean las que guíen las enseñanzas a través de la tradición oral. Y al decir concepto nuevo, no significa que el buen vivir, no haya sido una práctica de hace más de quinientos años.

Esto lo sabemos por lo que vemos y vivimos en nuestras comunidades, pero también a través de las memorias escritas de quienes pasaron primero por estas tierras.

“En nuestro tiempo había solamente unas pocas leyes, deliberadamente pocas, para que cada hombre pudiera guardarlas, todas, en su corazón y en su cabeza, y no tuviera alguna excusa para quebrantarlas aduciendo ignorancia. Por eso, nuestras leyes no estaban escritas como las suyas, ni eran pegadas en sitios públicos como ustedes lo hacen, así un hombre no tenía que andar consultando continuamente la larga lista de edictos, reglas y regulaciones, para poder medir así hasta su más pequeña acción de si debería o no debería. Nuestras leyes fueron hechas para el bien de todos y todos las obedecían.

Por ejemplo, de acuerdo con las leyes que ustedes trajeron de España, un ladrón es castigado con la muerte. También para nosotros era así. Sin embargo, por sus leyes un hombre hambriento que roba algo de comer es un ladrón. Esto no era así en nuestro tiempo. Una de nuestras leyes decía que, en cualquier campo sembrado de maíz a la vera de los caminos públicos, las cuatro primeras hileras de varas eran accesibles a los caminantes. Así cualquier viajero podía tomar de un tirón cuantas mazorcas de maíz necesitara para su panza vacía. Pero el hombre que, por avaricia, buscando enriquecerse, saqueara aquel campo de maíz para colectar un saco, ya sea para atesorarlo o para comerciar con él, si era atrapado, moría. De este modo esa ley encerraba dos cosas buenas: que el ladrón sería curado para siempre de robar y que el hombre hambriento no muriera de hambre”. (Gary; 1980, s/p)

Y es que en nuestras comunidades podemos pensar que no sabemos de libros, que no somos gente de razón, y que no entendemos eso del buen vivir. Eso sí se cree que lo del buen vivir está en los libros, en los foros, en las conferencias, porque lo cierto es que el buen vivir, es una práctica comunitaria, es una forma de vida.

Ejemplos de este buen vivir lo podemos encontrar en un montón de acciones, en las fiestas patronales, donde las familias aportan con dinero, trabajo, maíz, o cuando alguien muere, todas las mujeres acuden a consolar a la familia, a ayudar en el sepelio, llevan café, azúcar, maíz, mientras los hombres preparan el lugar en que será depositado el cuerpo, está el caso también de cuando una persona se enferma, todas buscan ayudar de alguna manera a la familia, con trabajo, con maíz o con dinero.

Esta forma de vida, no se piensa, no se siente como una carga, es así, y contrario a muchas ciudades, en nuestras comunidades, la gente podrá morir de enfermedad, de accidentes o por edad, pero no por hambre, no por soledad, no por no tener dinero, como sucede muchas veces en las ciudades.

Quizá suene un poco romántico o idealizada esta forma de vida que platico, sin embargo, es ahora cuando, no solamente nuestros pueblos, sino el mundo entero, necesita de un pensamiento colectivo, de un mirar hacia un buen vivir, pues el consumismo ha llegado a tocar nuestras puertas, la inseguridad nos acecha, los empresarios y las grandes trasnacionales husmean por nuestras tierras, y a la mayoría de nuestros jóvenes los esclavizan en trabajos mal pagados e insalubres en fábricas y maquilas de las grandes ciudades.

Han pasado más de quinientos años y siguen como puercos detrás del oro, sin importar las consecuencias ambientales, sociales, y espirituales para nuestros pueblos, comunidades y ciudades. Se apoderan de nuestros alimentos, de nuestra vida colectiva que no es funcional para el capitalismo depredador de vidas.

Es por eso que nuestro trabajo como radios comunitarias, tiene un mayor compromiso con nuestros pueblos. Pues como dice José Ignacio López Vigil: “somos porque hablamos. El pensamiento es hijo de la palabra, no al revés. Y se volvió a equivocar Descartes cuando filosofaba en singular. No es primero el yo, sino el nosotros. Porque la palabra es un regalo de la comunidad. En realidad, somos porque hablamos. Y hablamos porque somos. La comunicación es el primer derecho humano. Si te quitan la palabra, te quitan la humanidad”.

Y la palabra es comunicación y la comunicación es buen vivir. Muchas enseñanzas han sido pasadas de generación en generación mediante la tradición oral, a través de cuentos, mitos, leyendas, narraciones y consejos de nuestros tlamatinis e ilamatlamatinis hombres y mujeres que saben. En nuestras lenguas vemos muchos ejemplos de buen vivir. Timoyolmelauacej, enderezar el corazón decimos cuando hay un conflicto en el pueblo, timoyoltlalicej poner el corazón, en nuestras fiestas, en nuestro trabajo.

Las palabras maternas fortalecen el buen vivir, hablan en colectivo, y hacen referencia a la equidad de género. Por eso lamentamos que haya idiomas que se estén perdiendo, pues al perderse un idioma o lengua materna, se pierden formas de vida, enseñanzas de buen vivir.

En Radio Huaya[1], optamos por una comunicación intercultural, nos comunicamos en nahuatl, tepehua, otomí, ayuuk, y español. A través de los micrófonos de Radio Huayacocotla, comunicamos en nuestras propias lenguas, los derechos de las mujeres, los derechos de los niños y niñas, hacemos análisis de la coyuntura del país, escuchamos y acompañamos la música tradicional de la región, y exigimos cada mañana al abrir los micrófonos, un buen vivir para todos y todas.

Hace dos años que estrenamos dos radiorevistas el primero Con olor a café, programa con enfoque de género, el segundo Frecuencia libre, programa dirigido a jóvenes. Y es que a pesar de que existen las formas de vida colectivas que describí al principio, en nuestros pueblos, nuestras comunidades, similar a muchos países latinoamericanos, sigue existiendo mucha violencia, discriminación y la peor de ellas el asesinato de mujeres, los llamados feminicidios.

Algunos dicen que, por costumbres y tradiciones, otros que, por el sistema patriarcal, otros que, por razones de poder, lo cierto es que creo que todas tienen una parte de culpa, en que a nuestras mujeres las asesinen, es esta sociedad que ha olvidado el buen vivir, que ha olvidado la forma de vivir colectivamente, que piensa que las mujeres somos de su propiedad, que se nos puede matar, torturar, desaparecer, violar, y nada pasa.

Hace unos días hablamos con Gretel Dueñas, una compañera que estuvo varios años trabajando con mujeres en situación de prostitución en La Merced en México, y nos decía que la mayoría de estas mujeres en un 70 % son indígenas, que no pudieron estudiar, que vivían en la pobreza, y que la mayoría de ellas sufrió de abuso sexual durante la infancia por parte de un familiar, de un conocido, de un amigo o del vecino. Mujeres que llegaron engañadas, que buscaban un buen vivir, pero que lo único que encontraron fue un mal vivir, pues esta sociedad es muy cruel, muy elitista con los que somos diferentes, y más si se trata de mujeres, pobres, indígenas, y lesbianas.

¿Dónde queda el buen vivir para estas mujeres? O mejor dicho ¿Dónde quedan las mujeres, en la búsqueda del buen vivir? ¿Se piensa en nosotras como parte de este buen vivir? Porque nos gustaría claro, no tener que pedir un espacio en este tan nombrado buen vivir, pero como decimos en radio Huaya, la situación de violencia física, económica, sexual, psicológica que viven las mujeres es un problema no un tema al que hay que darle un espacio en nuestras radios, en los foros o en las conferencias. Una mujer muere igual en México, en Guatemala, Honduras, Salvador y Bolivia, éstos son los primeros cinco países que encabezan las listas de feminicidio. Por supuesto que todas quieren un buen vivir, donde no se les vea como objetos, donde no tengan que cuidarse de la misma familia para no ser golpeadas o violadas, donde puedan tener el mismo derecho a estudiar, a trabajar, a ganar lo mismo que los hombres por el mismo trabajo, donde puedan tener derecho a la tierra, a vivir sin violencia, sin ser señaladas, humilladas o asesinadas, donde puedan vivir como cualquier persona.

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Hace unos días, visitamos la comunidad de Tlatlapango Grande, del municipio de Benito Juárez en Veracruz. Visitamos esta comunidad, porque en Radio Huaya queremos tener el testimonio de varias mujeres y hombres que quieran un buen vivir, donde las mujeres, puedan vivir y tener los mismos derechos humanos que cualquier ser humano, que cualquier ser humana.

La mayoría de estas mujeres, fueron obligadas a casarse, algunas lo hicieron para que no las molestaran otros hombres, para no ser discriminadas en la comunidad, algunas lo hicieron enamoradas. Pero a la mayoría de ellas, el amor se le escapó a la segunda semana, cuando el príncipe se convirtió en una bestia que se creía –las creía– de su propiedad. Son mujeres que no tuvieron derecho a la tierra, lo que las ponía aún más en desventaja al momento de querer salir de su relación violenta. Y aun con todo este panorama, también se convirtieron en mujeres líderes, mujeres que se cansaron de ser objeto, de tener que callar, de aguantar, y obedecer.

Si hablamos de un buen vivir y no tomamos en cuenta la situación de desigualdad y violencia que vivimos las mujeres, entonces estaremos cometiendo el mismo error de muchos proyectos y algunas organizaciones, que hacia afuera gritan los derechos de las mujeres, pero hacia adentro son iguales o peores que los grupos conservadores. Para hablar de buen vivir, hay que tomar en cuenta a todos y todas, tener alimento, tierras, nuestras lenguas maternas, nuestras propias fiestas, trabajos dignos, una vida digna en el que las mujeres, no tengamos que ser resaltadas en negritas ni en cursiva porque estamos siendo violentadas, sino un buen vivir, en el que seamos tomadas en cuenta y respetadas, igual que los hombres, donde tengamos los mismos derechos y obligaciones, pues solo de esa manera se podrá hablar de un buen vivir.

Y por supuesto, en el que sean escuchadas todas las voces, las de los abuelos y abuelas, de hombres y mujeres, de niños y niñas, de las personas con capacidades diferentes, de gays y lesbianas, de indígenas y no indígenas, incluso en donde no tengamos que hacer estas separaciones pues nuestra meta, debe ser el buen vivir, un buen vivir para todos y todas, y como dicen los zapatistas, un mundo donde quepan todos los mundos.

Desde mi experiencia, estoy segura que se puede conseguir un buen vivir, lo veo en mi generación y en otras generaciones de mi comunidad, así en otros pueblos. La mamá de mi abuela y mi abuelo creían imposible poder hablar o visitar siquiera una radio, y mucho menos hablar en nuestra lengua para exigir nuestros derechos, mi abuela creía imposible poder decidir el número de hijos, mi mamá creía imposible que una mujer y más si es indígena, pudiera estudiar una carrera, muchas familias y pueblos creían que no valían nada por ser indígenas, que lo nuestro era folklor y que ante los ojos de Dios había que aguantar lo que por destino correspondía.

Ahora hay muchas mujeres y hombres indígenas que como yo hemos podido estudiar una carrera universitaria, y que pensamos poner a disposición de nuestros pueblos lo aprendido, que valoramos nuestras tradiciones y costumbres. No como imposición. Somos conscientes de que esto no puede violentar a nadie, ni violar sus derechos. Cada vez, son más las comunidades que desde la consciencia trabajan para tener un buen vivir, aun a pesar que tanto la migración o los partidos políticos las han dividido, a pesar que la codicia y el individualismo haya llegado a sus tierras.

Todas y todos sabemos que no será fácil, poder construir un buen vivir, sin embargo, como dijo hace unos días un compa de la comunidad nahuatl Tohuaco Amatzintla, en Huautla, Hidalgo: “el buen vivir, no se trata de hablar bonito, se trata de ser crítico, y aceptar las críticas para mejorar, porque nuestros pueblos ya estamos cansados de ser quienes pongan los muertos en las revoluciones o en las luchas y terminar con la misma pobreza, con nuestros hijos e hijas teniendo que dejar de estudiar para salir a trabajar, donde a las mujeres se les siga viendo cómo sino valieran nada, no. Aquí en nuestras comunidades, claro que queremos un buen vivir, y por eso trabajamos, y por eso nos cansamos porque sabemos que poco a poco, son más las comunidades que renuncian al consumismo, al individualismo, el egoísmo, al centralismo y a la fama, para tener maíz criollo, para seguir horneando pan, para seguir escuchando y cantando nuestra música, para seguir vengando a nuestros muertos y desaparecidos, porque también eso es buen vivir”.

Referencias

Gary, Jennings (1980): Azteca. Editorial Atheneum Books. Edición 2006. Estados Unidos.

López Vigil, José Ignacio (2015): Pasión por la radio, 1era edición. Artes Gráficas Silva. Quito.

Autora: Nadia Fabiola Castañeda Franco[2] / Radio Huayacocotla - México

Para leer más puedes acceder al Libro Siembras del buen vivir: Entre utopías y dilemas posibles. ALER, Asociación Latinoamericana de Educación y Comunicación Popular (2016). Quito – Ecuador


[1] Se utiliza como referencia de Huayacocotla.

[2] Locutora náhuatl (lengua materna), licenciada de en psicología con diplomado en derechos humanos. Ha participado en diversos talleres de género, lenguaje inclusivo, psicología social, programación neurolinguística y técnico en música. Es activista en Radio Huayacocotla La voz campesina, 105.5 fm en Hidalgo, México https://www.facebook.com/lavozcampesinaFM/

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