Hoy desperté con la fotografía de un migrante salvadoreño y su hija asesinado y asesinada en la frontera entre México y Estados Unidos, hace una semana con la foto de migrantes provenientes de Venezuela tratando de ingresar a Perú, luego de la imposición una visa… las imágenes de las caravanas de migrantes de personas centroamericanas también están presentes…
Así, mujeres, hombres, niñas y niños tienen que salir de sus países para salvar su vida a causa de presiones y amenazas; en otros casos, también se migra para mejorar sus condiciones de vida. La migración en nuestra Patria Grande se hace cada vez más tangible y evidente. Así, nuestros pueblos se van acostumbrando a ver personas “de paso”, familias “de paso”.
Este es un buen momento para preguntarnos: ¿Qué pasa con las personas migrantes forzadas en nuestro país, en América Latina y el mundo? ¿Por qué hay quienes tienen que “cruzar” fronteras?
Las razones por las que tantas personas tienen que migrar son muchas. Los ejemplos de las múltiples causas de la migración forzada están por toda América Latina: la violencia generalizada y el conflicto armado han expulsado masivamente población en los países del llamado Triángulo Norte centroamericano (Guatemala, Honduras y El Salvador) y en Colombia a lo largo de décadas. Los desastres ambientales -como las inundaciones y los deslizamientos de tierra- obligan periódicamente a millones de personas a dejar su hogar en México y Argentina.
El desabastecimiento, la hiperinflación y la crisis económica han hecho que venezolanos y venezolanas dejen su país. Por otro lado, la falta de institucionalidad y la pobreza extrema ha hecho que haitianas y haitianos tengan que migrar a República Dominicana y otros países del contienente. Finalmente, grandes proyectos de infraestructura, como son las represas, fuerzan la reubicación de comunidades enteras en escenarios como la Amazonía brasileña. Hoy, muchas personas obligadas a migrar cuentan sus historias desde otras fronteras.
Así, las situaciones de violencia, pobreza, inseguridad, desastres ambientales, despojo de territorios que causan la migración forzada son expresiones de un sistema que genera personas excluidas. Son las expulsadas de sus países de origen, pero también las expulsadas de un sistema que no tiene fronteras para las mercancías, pero sí para los seres humanos.
Por ello, si bien las políticas de asistencia humanitaria a personas migrantes son necesarias frente las crisis que vivimos, son más importantes las políticas que reconozcan la dignidad humana, que no expulsen a la población, que no generen más empobrecimiento; para realidad que “migrar” pueda ser un derecho y “no migrar” también.
Que estos tiempos migratorios sean también para nosotras y nosotros días de “paso”: de pasar de la “exclusión” a la “inclusión”, del “rechazo” al “abrazo”, del “construir muros” a “tender puentes”. Tomar conciencia de la presencia de ciudadanos de otros países, es una oportunidad para la acogida a quien viene de lejos o a quien viene de cerca, porque todas y todos somos migrantes… Todos y todas somos caminantes… Todas y todos estamos en permanentes “pasos” y de “paso”.