Algunos “bueno aires” en América Latina

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Dos hechos recientes generan buenas expectativas para los pueblos latinoamericanos y constituyen “bocanadas de aire fresco” en este contexto regional contaminado de autoritarismo, desprecio a la dignidad humana, irrespeto a la naturaleza, dominio de intereses corporativos y retrocesos en la conquista de derechos en la mayoría de nuestros países.

Uno es el resultado del plebiscito en Chile, donde por amplia mayoría (78.8%) se aprobó redactar una nueva Constitución que sustituya a la que implantó la sangrienta dictadura de Augusto Pinochet, quien gobernó de 1973 a 1990 tras derrocar al presidente socialista Salvador Allende.

Agobiado por el alto costo de la vida, principalmente por todos los servicios públicos privatizados, el pueblo chileno se movilizó hasta obligar a las élites empresariales y sus servidores políticos a aceptar un nuevo contrato social.

Así, si las perspectivas progresistas y democráticas se imponen en el contenido de la nueva Constitución, Chile podría avanzar hacia la construcción de un Estado más democrático y diseñar un modelo económico más incluyente, equitativo y justo.

Y el otro es la reciente toma de posesión del nuevo gobierno progresista de Bolivia encabezado por el presidente Luis Arce y el vicepresidente David Choquehuanca.

El Movimiento al Socialismo (MAS) ha retomado el poder tras el derrocamiento de Evo Morales y un dictatorial gobierno de facto presidido por la diputada derechista Jeanine Áñez.

Especialmente relevante es el sentido de autocrítica, la actitud de rectificación y la intención de retomar el sentido original del paradigma del Buen Vivir, expresados en la narrativa del nuevo gobierno.

Incluso, podemos mencionar un tercer hecho que podría impactar positivamente en América Latina y el mundo: la derrota del presidente racista, xenófobo y misógino Donald Trump, en Estados Unidos.

Ciertamente, el Partido Demócrata también representa intereses oligárquicos y de dominación de las élites estadounidenses. Sin embargo, el gobierno de Joseph Biden podría impulsar políticas migratorias más humanas y retomar compromisos ambientales, de desarme nuclear y frente al cambio climático.

Alguna diferencia tendrá que haber entre un presidente que no tuvo escrúpulos en enjaular a niños migrantes, avalar crímenes racistas y legitimar a grupos supremacistas; y otro que promueva la tolerancia y la inclusión.

Hay, pues, algunos “buenos aires” en este sofocante calor antidemocrático que domina en casi toda Nuestra América.

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